La vieja Isabel Allende escribe un ensayo sobre la chileneidad desde el exilio en su estilo, pero edulcurado.
Para mi hay un tipo de persona que escribe una autobiografía: el que ha vivido mucho e Isabel Allende ha vivido mucho. En este ensayo-narración nos relata su vida y la de su familia mezclandola con un análisis de la chileineidad. Es irresistible comparar los pasajes analíticos con el verdadero maestro del análisis de la identidad nacional: Octavio Paz. Claro que no es una comparación justa, más Allenda no termina mal parada. Conozco un par de chilenos, y aunque la mayoría de la descripción no aplica hay un par de sacos que si les quedan.
Sin embargo es un libro bastante ligerito, y solo valió la pena leer mientras hacía guardia a mi hija a la hora de sus siestas. Es que ella necesitaba que alguien estuviera en su cuarto mientras se intentaba dormir, y eso significaba varios minutos de llanto. La verdad empezé leyendole en voz alta, pero eso no funciono. No le gusto mucho la prosa o tal vez mi exagerada dicción, así que lo termine leyendo en silencio.
La prosa esta lejos de la creatividad o del crativo juego de palabras que Allende había escrito en relatos de Eva Luna, De amor y de sombra o La casa de los espiritús, pero no esta mal. Para mí en particular fue agradable leer y comprobar que no soy el único emigrante en el que la imagen de la patria y de los compatriotas es un poco borrosa. Cada objeto cultural tiene su target como dice el buen Nacho, y yo fui el blanco de mi país inventado.
martes, 26 de marzo de 2013
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